¡Cuántos celos y cuánta rabia me provocaba!
Yo por mi parte me dediqué a lo que comunmente se le podría denominar apantallar pendejos. No me intersaba intercambiar sabiduría si no era con él y buscaba quién me escuchara, atento aunque sin comprender palabra alguna, con un antifaz tejido de supuesta asimilación. Alimentaba con ignorantes mi megalomanía.
Volví para encontrarme con el silencio de su corazón. Me sonrío la idea de que, tras su intenso orgasmo, el influjo de sangre lo había dejado agotado al punto en que tuvo que dejar de cantar.
Pensé en sus enseñanzas y en mis reflexiones y quise tenerlo por siempre ahí. Así lo dispuse.
Cuando todo hubo acabado me entregué yo también al robusto placer que acompañan los puros; claro, los míos eran invisibles. Me regocijaba con masoquisomo en su escencia a tabaco y nostalgia.
Eché una breve ojeada más.
Yo por mi parte me dediqué a lo que comunmente se le podría denominar apantallar pendejos. No me intersaba intercambiar sabiduría si no era con él y buscaba quién me escuchara, atento aunque sin comprender palabra alguna, con un antifaz tejido de supuesta asimilación. Alimentaba con ignorantes mi megalomanía.
Volví para encontrarme con el silencio de su corazón. Me sonrío la idea de que, tras su intenso orgasmo, el influjo de sangre lo había dejado agotado al punto en que tuvo que dejar de cantar.
Pensé en sus enseñanzas y en mis reflexiones y quise tenerlo por siempre ahí. Así lo dispuse.
Cuando todo hubo acabado me entregué yo también al robusto placer que acompañan los puros; claro, los míos eran invisibles. Me regocijaba con masoquisomo en su escencia a tabaco y nostalgia.
Eché una breve ojeada más.
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